Tren

Me gusta viajar en tren. Creo que de otra forma no podría soportar tanto viajes sin rumbo más que el regreso hacia un "todos juntos", un destino que es tan solo el punto de partido. Mientras viajo, me abato en mis pensamiento, los des-retuerzo, los acomodo, o por lo menos los inmovilizo, los calmo. Aunque así se agoten los primeros 50 minutos de traqueteo del tren.
Y mientras pienso en estas cosas que pienso cuando trato de viajar sin pensar, siento la lluvia y me invade estos pensamientos: me gusta la lluvia. Hoy no reconocí que llovería, me tomó por sorpresa. Fantaseé todo el día con uno soleado y seco. Descolgué esas ideas a la misma velocidad que la ropa que había puesto a secar, pero con mayor abatimiento, confundida.
Perdón, mis textos no son coherentes, porque suelo no necesitar que sean textos para escribirlos. Porque necesito escribir y sacar lo que se inflama dentro hasta hacerse tratable, inevitable. Y necesito sacarle fotos con las palabras a esas imágenes que se secuencias y se me imprimen en la cabeza. Demasiado bellas, demasiado significativas como para no compartirlas.
En uno de mis últimos viajes en tren, estuve 50 minutos mirando fijamente un punto móvil de paisaje, rígida, observando la variedad, la cantidad y la fuerza con que muchos pensamientos- imágenes se mueven dentro de mi cabeza. Había agotado un viaje completo dedicándome solamente a pensar, y a alentar la presión con que los pensamientos se manifiestan y me coptan, intuyendo que quizás así, se agotarían.
Pero vuelven, los pensamientos siempre vuelven. Mucho más cuando son preocupaciones. A los pensamientos recurrentes solo se los puede agotar con hechos, no con mas pensamientos. No sentada pensando en ellos, en un tren.


Ahí vos

Violeta el cielo, 
estimo tus pasos, 
la distancia que nos separa,
temiéndola mayor 
que la que tu promesa
me asegura. 

Las aves adelantan su canto, 
el cansancio se viste en mis ojos,
otro final abierto que se cierra
en este nuevo comienzo. 

La mesa llena,
la melodía agotada,
el deseo gacho,
la razón dolida, 
abrigada en sus certezas.

Y por ahí vos, 
en un indefinida distancia, 
siempre infinita.

Ey vos, vení...

...Vamos a jugar
dame la mano 
sonreíme escondiendo los ojos.

Me gusta la tibieza húmeda
de tu piel, 
me gusta robar su calor
y sentir como lo enfrío.

Quiero espiarte
cuando esbozás una sonrisa
y delinearte los labios con los ojos, 
dejarte los colores de mis pupilas, 
goteando sobre tus comisuras.

Escaparme, 
y que me embargues
con un abrazo furtivo
que me sacudas
miedos y ansiedades por igual
que me compongas en sonidos.

Que me acaricies
cada cuerda con pericia, 
que me envuelvas
en silencios y suspiros
en brazos y pícaro cariño. 

Que me envuelvas tan solo, 
que me embargues todo, 
que vengas a jugar conmigo.

Desocultamiento

Develar lo oculto
abandonar lo cigota, 
tomar forma. 

Ocultarme en otra cosa
o abandonar el ocultamiento
y no esconder nada, 
o refugiarme en un abrazo.

Hay abrazos todavía calientes, 
creados para morir en mí, 
y devolverlos con vida,
y reproducirlos entre sonrisas
y palabras bellas
y todo eso que llena el alma
de amor y fuerza.

Lejano

Una pena ser el doble de personas
y la mitad de las manos. 

Esperar mas que respuestas, 
tus ansias, 
y que no lleguen ni los silencios, 
ni los suspiros, o bufadas.

Desde donde estás no llega nada, 
y es que estás aún más lejos
de donde te encuentras, 
y solo lo haces de espaldas a mis ojos. 

Anónimos los dueños
de tus sonrisas y piropos. 
Anónimos para mi tus dueños, 
todos;
Ajenas tus sonrisas,
todas.

Lejano, tanto y siempre,
vos de mí.

Botella

Quiero ser tu Sofía Gala, y que me digas todo que sí.
Tu Griselda, para que inventes excusas y te escapes del mundo para estar un rato conmigo a solas, así el mundo se destruya entero por esa causa, para ser yo mucho mas que todos los "pero" del mundo.
Tu Cynthia, para poder tocarte el culo en cualquier lado, que abandones tu tan poco sexy falso decoro, y para que lo que te diga se te impregne por todos lados.
Y soy una mala mujer, porque no nací sumisa, callada, quieta y frágil, sino soberbia, entronada y estridente, porque cuando llego se nota y cuando me voy se siente.
Porque quiero ser una mujer devota, rendida y entregada, con quien solo forcejear en la cama, jugando fuerte; pero no puedo serlo con un hombre que elige vivir aterrado y escondido. No voy a dejarme moder por una fiera asustada cuando me acerque, aunque me cueste perderte.
Necesito un hombre que se atreva a serme transparante y que me exija la misma transparencia, porque esa es de todas las forma de posesión mas exigente, mas íntima y mas poderosa.
Amame fuerte, y protegeme bien bruto. No te necesito civilizado, te necesito vivo, acá y conmigo.
Por ser una relación que está muriendo, no te oigo agonizar, no te me aparecés cada vez en mas lados, ni aplicás maniobras de urgencia que saquen a la pareja de peligro. No te desesperás como yo, que me desespero por dentro por perderte y también por fuera solo para lo veas y adviertas que para mi, nada de todo esto es gratuito.
Y me desespero porque me aburro. Porque muy poco de pasión nos interrumpe cuando estamos juntos. Porque juntos somos un consolidado de problemas y asuntos pendientes antes el manojo de hormonas que le da sentido a postergar todo, a los hijos y a las llamadas de teléfono sin atender.
Sino vas a darme menos de eso, ni lo intentes. No va a funcionar.

Hace todo esto. Te lo pido caprichosamente.

En 5

Heme aquí. Esperando ansiosa,
silenciosamente conformada
ante la improbabilidad de verte,
de que quieras estar acá.

Heme aquí,

componiendo poesía absurda, y melancólica,
para que también me avergüence de mi yo lírico.

Heme aquí, esperando tu respuesta,

que siempre se encuentra lejana,
que siempre depende de tu llegada,
que siempre es tardía,
y que suele venir vacía,
y dejarme con sed.

Heme aquí, fantaseando histérica

con el reflejo de la luz sobre los cristales,
que perversos, me confunden,
y me preparan cruelmente para tu llegada,
que no llega.

Heme aquí,

siempre yo,
siempre ventana,
siempre silencio y sueño,
ansiedad, histeria y angustia.
Siempre sed,
siempre poesía melosa,
siempre sin vos,
siempre conversación interrumpida.

Heme aquí, siempre en la

-nunca dulce- espera.

Calesita

Los caballos sonríen macabros,
están profundamente oxidados.

Las sogas anchas,
todas cortadas,
no alcanzan ni a sujetar a los recuerdos.

Los aviones suben y bajan,
sacudiendo su coraza
corriendo el riesgo de perderla
en la próxima bajada.

La música ilutrando el fondo,
suena lenta, y mal pausada.

Los ojos de cada muñeco
lejos de sus órbitas.

Infranqueable, la noche,
que observa desde su delicada belleza,
el tétrico espectáculo,
oculta bajo las faldas de su penumbra
a esta calesita despintada.

La calesita gira,
rechinando fuerte.

Cambiamos

Y esta medianoche nos llenó de cambios la vida, algunos empezamos el nuevo día con sabor a pérdida, con nostalgia, con frustración, con dolor, y nos tenemos que ir a dormir con el sabor ferroso de la derrota entre los labios, sintiendo que siempre perdimos por tan poco.
Hasta mañana tenemos una seguridad provisoria, después de ella, comienzan los cambios fuertes, que se prometen como quiebres, que vienen en muchos casos a desdecir lo que construímos de un tiempo a esta partecon tanto esfuerzo, con tanto sacrificio, y sobre todo, con tanta esperanza.
‪#‎Elamortodolocura. Habrá que esperar con fe. Habrá que encontrar la esperanza en medio de la lucha por la defensa de la vida, esa que queremos, esa sabemos que podemos soñar tranquilos, porque es posible.
Hay que darle tiempo al tiempo y a los nuevos escenarios, que es inevitable ya que lleguen.
Luchamos con fuerzo, apostamos siempre a más, tuvimos en cuenta todas las voces posibles, y todos los escenarios, nos escuchamos, y aprendimos de nuestros errores para seguir mejorando. Pero no bastó. Las tensiones inevitables llegaron hoy a un límite devastador, e irreversible. Las cosas estallaron. Esta medianoche todos gritaron con alegría y repudio prácticamente a una voz. Entre vitoreos e insultos, todo quedó manifiesto.
Debajo de lo que muchos anhelamos, debajo de nuestros sueños, debajo de nuestro asfalto, todo un mundo, entero, por contrapunto invertido habitaba con hastío. Y es se pueblo, otra mitad de nuestra realidad, se hizo escuchar, y materializó sus voces en acciones, en desiciones, e hizo inevitable, consecuentemente al cambio.

Esta noche, por política o no, ‪#‎cambiamos todos.

Inside

Son cuatro las paredes, deben ser de cemento, porque son oscuras y raspan cuando avanzan sobre la piel y me comprimen. Todo es caos, todo silencio, excepto la furia, que hierve dentro, excepto el dolor, por el estrepitoso fracaso.
La jaula es gigante y viscosa, absolutamente ineludible. Solo puede derribarse a través del delicado trabajo de consumirla por dentro.

Cielo

Me gusta el cielo 
cuando se pone amarillo de lluvia. 
Me gusta pensar que el cielo no es celeste 
sino que es vibrante, fouvista. 
Me gusta verlo amarillo, naranja, 
celeste, rosa, gris claro, gris plomo, 
rojo de tormenta y eléctrico de bravura. 

Allá arriba el cielo, 
(Me gusta hablar del cielo,)
y acá abajo en colores, la vida.
(me gusta hablarle al cielo,) 
y escribir poesía tomando tereré, 
con sabores frescos 
y colores vibrantes, emotivos, apasionados.



Me gusta el cielo, tanto como la vida.

Half past five

05:30 am. Suenan escandalosas las alarmas sobre la mesa de luz. Con una fuerza desamorada, se apagan uno a uno los recordatorios de que un nuevo día comienza. Pero el anterior aún no ha terminado, ni en anterior a este. El cansancio se acumula dolorosamente en cada una de las partes del cuerpo, que se duerme y amanece tumbado sobre una misma sensación opaca.

Estaba dicho

Prägnanz

No habría querido hacerlo. Caminaba encontrando en cada ladrillo que las casas dejaban a la vista los rostros de profunda desaprobación y rechazo que la habían escoltado hasta la penumbra de ese callejón. Un perro abandonado a su descanso la ilusionaba con ser la mano que le quitaría al niño de los brazos, si apenas los creyera impotentes.

Tras de sí, tan inmenso como la luna cuando se refleja en los adoquines después de la tormenta, el recuerdo de su padre la asediaba como el aura brillante que ya no poesía El cuervo sobre la alameda, con sus ojos profundos, no evocaba la tragedia. Se posaba allí como la señal que había estado esperando. Aquel era el sitio, allí debía estar, la pobre madre del niño raptado por los caballeros de la Logia de Monforte de Lemos, sabrán solo ellos con qué pérfida finalidad.


Pequeña y esclava, vestida de dama bien, desafiaba el musgo de los adoquines con sus flacas piernas temblorosas, la fuerza que solo la lealtad por su señora y su benjamín arrebatado, le daban.

La defensa de Cerviño

La lluvia seguía reventándose en gotas sobre el asfalto. Las lágrimas, estallaban desde su centro, y se dispersaban en el aire, cuando las manos las barrían del rostro. Sordos, los gritos, retumbaban rebasados de humedad en las paredes aun sin revocar.
Un brazo se aferraba desesperado a la vida, a la subsistencia, al vínculo, a la poca seguridad de estar uno con el otro. El otro brazo apenas hacía lo suficiente para desempañarle de los ojos, las lágrimas amargas, embuídas de pavor.
Uno a uno, los ojos de los centinelas del infortunio y la violencia, se acomodaron en sus confortables butacas de umbral, con los pies en las costa de la calle embarrada, con sus brazos exasperados, sus ojos excitados, y sus corazones inyectados de equivocada adrenalina.
Sobraban centinelas en la cuadra, despierta la ciudad en medio de la noche por el forcejeo de los poderes  y las voluntades, de la rabia y el pánico cuando apresa, de los deberes y los derechos cuando se oponen al bienestar y a la salud.
Los centinelas, todos testigos, todos cómplices Todos garantes de la perpetración.
El padre, quebrado en la impotencia de quien tiene la fuerza necesaria en los brazos sin verbo, fue arrancado del abrazo de su hijo El hijo, despojado de los brazos protectores de su padre. El tan pequeño extendió los suyos en busca de consuelo, de certeza y de abrigo. Y en su búsqueda no miro a nadie más con esos ojos, que a su ya imberbe padre.

Las luces apagadas, las puertas cerradas, los centinelas dormidos, la lluvia enfurecida, el barro ingrato, el silencio filoso. Todavía podía sentir el perfume de su hijo en ese último abrazo, y el reflejo de sus brazos, adoloridos por la resistencia. Paso a paso, se alejó hacia la avenida. Enmarcado en una ciudad cómplice, que no se le ofrecerá como testigo.

La Sentencia

Habría llamado a la puerta la piedad esa mañana. Ciertamente, yo no pude oírle. No cabía dentro mío el más pequeño atisbo de gratitud. Era asombro puro.
Cuando se pronunció, caló hondo en los huesos de la alborotada audiencia el silencio. Desgarro cruel de mi serenidad forzada, el escuchar el “culpable”.
Fue mi amoralidad, objeto de juicio y estudio de todos los presentes, erráticos vagabundos del intelecto, que reptan por los burdeles de la ignorancia ilustrada por la chusma, para la esforzada confección de sus opiniones mediocres.
Solo a mi intimidad y a Dios, debo las cuentas rendir por mis actos. Estos no ofenden bajo ninguna de sus formas, lo público de la moral, puesto que solo me expreso verdadero en los profundo de la intimidad de mi morada.
Sabían acaso que sus reproches eran hijos incoherentes de una razón decapitada por la contradicción de sus propias normas.
Fue cruento objeto aquella noche de la calumnia difamadora.
Yo había pecado, si, lo confieso abiertamente entre estas palabras oscuras como la noche, en este papel que ya arde prometiéndose cenizas.
He pecado, y en tanto lo he disfrutado por haber sido materia restringida de los pasillos sociales de nuestra forma de ser más de dos.
Tronaron las palabras del juicio injusto sobre la llanura inmensa de mi pecho desierto de esperanzas ¿Cómo puedo sentir gratitud? ¿Cómo puedo aceptar que me negaron e derecho mas sagrado, por sobre la vida, que es la forma la propia muerte?
No puedo agradecer que me alejen de la muerte al tiempo que me la hacen única opción, siempre necesaria.
Piadosa hubiera sido la ejecución final por toda condena. Mas no pude sino vagar en la resistencia de mi cuerpo desobediente, por las celdas de mis lamentos, sujeto a los infortunados castigos de pan y de agua, con que alimento la sociedad toda, a mi cuerpo para que viva fuerte, la condena que habría debilitado la potestad de mi alma hasta su extinción.

Silencio y sombras, dentro y fuera de mi me abrigan y destapan, agonía de mis días repetidos, días que no han de ser secundados por ningún final.

Fortuna

Grité durmiendo; de pronto interrumpí la noche. La calma que nunca fue tal, se quebró en mil pedazos, cada uno, fragmentos de un pasado negado, de gritos compactos tras la mano que se le apropia de los labios que inocentes, intentaron abrirse para pronunciarse, cuando aún había tiempo.
Rota la noche, vagué por la oscuridad de los recuerdos, mórbidas ramas del absurdo pasado que rasgan la piel sin la ambición de atravesarla.
Abrupta la caída de todos los tropiezos, profunda la herida, gruesa la marca, indeleble las cicatrices con que se graban las danzas de la yesca erguida cuando se describe en la piel.
Y aún así, abatido de tanto pasado,  sordo por el propio grito, no aminoré mi marcha. Seguí marcando mis pasos por el sendero crujiente de lo reciente. Y aun así, ardiendo en mis brazos rasgados, no recusé mi camino. Pues habita tras la senda, allí donde la yesca erguida se mezcla con las hojas del otoño joven, el tiempo de un espacio, y el espacio de un tiempo inacabado donde todas las cosas aún suceden, sin tanto pasado como futuro posible, sin tanta sonrisa, como semblante reflexivo y lágrimas emotivas.

Abrigado por el día, por la oscuridad de la noche, rasgado el vestido de la piel y sometida la voluntad al tedio de la andanza no habría de detener mi marcha, no rompería el fluir de mi destino, no renegaría de mi lucha cotidiana, puesto que no hay forma en que yo pueda entregar a ningún espectro del pasado la renuncia a mi futuro.

Adiós llovido

Serpentean con cruel complicidad,
las gotas a lo largo del rostro,
solo para negar las lágrimas
que, desesperadas, le brotan de los ojos,
extraviados de pavor.

No hay dolor más humanamente profundo,
que aquel de los brazos cuando la fuerza es inútil,
y quedan vacíos, temblando.

No hay motivo, no existe una razón,
solo un abrazo asustado,
la desesperación de un adiós llovido.
solo hubo amor y desarraigo
bajo la garúa gruesa de la noche, aquella,
donde lo obvio fue imposible de probar.

El aguardo

Ahora si,
Ahora que hay silencio,
Ahora aqui, que ya no espero
Que vengas a mi encuentro.

Ahora ya,
Que ya ha cesado de temblar en el aire
Tu llamada encendida, arrebatada.

Si, Ahora.
Ahora es que me pides que aguarde,
Y no a ti.

Ahora me pides,
Disculpándote solo con el tiempo,
Que no te busque,
Pero que te encuentre.

Ahora, que veo
Con espantosa claridad antigua
Que no tienes la voluntad si quiera
De confundirme.

Tu me tienes para tí,
Y no me tomas,
Solo te limitas a llamarme
A tu encuentro,
Movida por la delgada voluntad
De acercarme hasta ti.

Ahora, que dudo profundo
 de quererte cerca,
Que pienso constante
Si repetirte dentro,
Que deseo fuerte
Negarme de lejos.

Ahora si me llamas,
Arrebatado levemente,
Te retiras, y apareces,
Me confundes y convences.

Ahora sí, que empiezo a quererme sin tí,
Me quieres, me llamas,
Y siempre me tienes.

Peregrino ligero
En esa soledad clandestina,

En la que me prefieres.

La Brújula

Se esconden los soles y las lunas, en una danza circular que atraviesa la seca, húmeda, alta y baja pampa. A la pampa extensa que no se invade a sí misma en su diversidad. Pampa húmeda de pisadas profundas y galopadas.

Yo escucho el susurro de una tierra que sangra en flores, que acuna su dolor en el sauce, que se embriaga de lluvia cuando se le agrietan los labios secos con que bendice los frutos.

Del Quinto hasta Samborombón, salado es su Río, tan solo por las lágrimas arrancadas a puro golpe de la pólvora en su rivera. Lagrimas que serena en su dolor, la Pampa recuerda entre susurros de suaves brisas y fuertes vientos. Siento el polvo que levantan las balas cuando atraviesan su sagrado manto que nos abre de tanto en tanto para regalarnos la vida.

Madre Tierra, desde aquí yo oigo tu canto. Siento caer las balas del cañón abovedando tu cuero blando,  el estruendo de fuegos que caen como agua de las manos al manantial de la historia que nos fue marcando. Porque lo que nos une es el relato de cuando nos han separado, donde confluye nuestra historia y quedamos enfrentados. En el surco fecundo germina tu llanto.

La historia practica riego del llano, con sangre de mis venas, que laten acompasadas al gemido de la Tierra que se parte de dolor. Madre mía, que tantos hermanos me has dado, aun oigo chispear la yesca de los fogones, y tronar la pólvora en la contienda,  de cuando fuiste también casa del crimen entre hermanos. Te abrazo, madre, que soportas como entonces, los embates de tus hijos, cuando te desconocen el vientre de donde han venido.

Vacía de hermandad, esta tierra se fue secando, entre nuestros ojos, dibujó las grietas que el blanco nos fue sembrando, cuando impuso edificios altos, para escoger para sí qué Sol y para el hermano, qué sombra. Y pisamos sus rostros curtidos, para fingirnos más altos.  Así dejamos al anfitrión de la casa mendigando, le borramos del rostro la mirada y la dignidad entonces, de entre nosotros mirarnos. Vuelve el hijo prodigo, con la lanza partida como trofeo de desgarrar desde el vientre al padre, al nativo, a su hermano, y arrancar del seno al niño, y de la mujer cegar sus manos. Celebran la muerte y la vida, una raza de justos varones de grandeza y patriótica unción.

La simiente feraz de América Latina, que agoniza por las discordias profundas, en el surco fecundo germina, de otro que no es un otro, sino que es uno, un exótico que de la Madre ofrece su seno amoroso. Porque la tierra es tierra, y toda una, y por ella todos 

Cianotopia de Verano

Sonrojado de presencia,
se abandona el sol a su horizonte
desmemoriando a la yesca
de su pasado verde y vital

Brasa radiante que vaga por el cielo
se lleva consigo la luz y el calor,
y nos deja solo un pequeño pedazo
de todas las cosas

Una perla reluciente se abraza al firmamento,
manto incrustado de héroes anónimos,
y contemplo, sensual, lujuriosa,
mas con santa inocencia consuelo
los secretos que a la noche se confiesan.

Da reposo al agitado,
adormece al oprimido,
opio suave y soberbio,
la luna y su belleza,
recrean un escenario surreal.

Cianotipo efímero,
fresca brisa que renueva,
noche que reverdece la llanura,

remanso de los sueños sin cumplir.

Inocencia Pactada

No debiera sorprendernos encontrarnos una noche atravesando con la mirada, las gotas de lluvia que se deslizan pausada y arrítmicamente por la ventana en un día lluvioso, con una sensación de abandono de las fuerzas en cada fibra muscular. No debiera.

No puede ser evitado. No debe culparse a nadie. Solo quien lo probó lo sabe. Pocas cosas en el mundo han de ser más inevitable que esta que les cuento.

De alguna forma os puedo contar que fue lo que sucedió, una suerte de acontecimientos cronológicamente organizados, que describen a modo de compendio  los episodios que hacen a mi historia, mas no es esa sino otra, la forma  en que yo he de contarlo  esto que me ha sucedido. La historia de una transformación horrorosa.

Originalmente sentía yo que siendo todo aquello que se supone  por  bueno, estaría mística y misteriosamente amparado de los efecto del Mal sobre mí, y tanto como de su ejercicio.  Algo así como la garantía de que no pertenecía a esa extraña subdivisión de  la raza humana donde los seres están esencialmente dotados de sentimos oscuros y  acciones pecaminosas y vertebradas en el placer.

No fue hasta entonces que en mi finamente acabada rutina diaria, las cosas empezaron a perturbarse. Por algún motivo que entonces no llegue a advertir, no podía concentrarme en mis tareas habituales, las que nunca antes me habían resultado costosas. El letargo se iba apoderando  lentamente de mi postura frente al ordenador, mi mente no lograba estimularse con ningún tipo de infusión que bebiera.

Algo había cambiado, o quizás algo estaba cambiando dentro de mí. Un día determinado, sin fenómenos climáticos que lo hicieran especial, o eventos agendados que lo hicieran más memorable que cualquier otro, experimenté la primera manifestación innegable de lo que venía sucediendo.

No fue hasta que Juan Q. cayese de la apiladora que lo mantenía elevado a la altura del tercer nivel del rack de materiales peligrosos (uno 8 metros de altura aproximadamente), y escuchase yo el sonido de su columna vertebral estallando en incontable cantidad de piezas, al interrumpir la libre caída una de las uñas de la máquina que, aún en marcha y con un conductor presa del más absoluto pánico, que pude sentir estremecerse a cada una de mis terminales nerviosas de una forma exquisitamente novedosa para mí.

Interrumpidas ya mis discontinuadas tareas, salí de la oficina, para apreciar bien de cerca el escenario que olía a pánico y a sangre fresca. De cerca, las cosas se veían muchísimo más claras, el escenario era vívidamente más intenso, los sonidos dejaban de ser sordos, y la presencia de una soledad absoluta en el depósito que hizo su eco en medio de mi pecho, logrando que mi corazón fibrilara en un dulce suspenso cargado de adrenalina. Estábamos solos, o estaban solo aun creyendo que estaban conmigo, o mejor dicho, creyendo que yo estaba con ellos.

Y estaba pero de alguna forma, me encontraba ausente. Si bien me encontraba de pie, detenido ante el mórbido escenario, mi mente no recurría a las acciones que, antes, hubiera recurrido: reportar el accidente, brindar unos precarios primeros auxilios, calmar a mi compañero en pánico, etc. Esta vez me encontraba recordando las múltiples ocasiones en que quién ahora yacía destrozado  boca abajo sobre el sucio piso del Warehouse, echando sangre por cuanto agujero tuviera a la vista, me había molestado dejándome golpeado, humillado, herido en mi precario orgullo proletario, a merced de mi quebrada voluntad. Recordé las veces que deseé que alguna fuerza supra humana tomara conocimiento de esta situación que innegablemente, tomara medidas pertinentes que resarcieran mi daño, y marcaran honda huella en mi perpetrador.

Lo pensaba con la misma fuera con que se reza una promesa. Y quien fuera que lo haya hecho, me escucho. Fue esa entonces la sensación que sentí al sentirlo destruirse la columna, el torso, el rostro y el futuro completo. Bebí un sorbo de venganza, y me dio una particular saciedad. Una que no creí posible experimentar antes.
Los hechos que se sucedieron con inmediata posterioridad, ciertamente los desconozco, o de conocerlos, no los recuerdo en absoluto. El único registro que tengo desde ese momento es el de unas filosas pulseras clavadas en mis muñecas: esposas. De allí en más, el tiempo fue una sucesión indefinida de rostros con expresión condenatoria, de llenado y firma de formularios inescrutables, de llamados, abogados, habitaciones enrejadas, con espejos, oscuras y húmedas. Y el estrado.

Desde allí intento una y otra vez, dar a conocer mi historia, y refutar las innegables teorías confabuladoras de que tuve algo que ver en el incidente de Juan. No sería capaz de consumar tales cosas. Ni tampoco sería posible que materializara mis pensamientos de venganza, o mi sentimiento de profundo odio por el operario caído, justamente, en desgracia.

El escenario me incriminaba, los testimonios acusatorios eran directos. Yo habría obstruido la máquina durante el tiempo de almuerzo de ese mismo día, y habría aguardado con sospechosa actitud el momento del accidente dentro de mi oficina, mientras comida un tupper frío tallarines con estofado del día anterior.

Solo por un momento, me detuve a pensar si esto era cierto. Yo de aquel día apenas recordaba la perturbada rutina diaria, mis tareas discontinuadas, y con exquisito detalle el accidente.

¿Acaso seria cierto que me habían escuchado? ¿Acaso concurrí a un extraño pacto oscuro, principio de todas mis transformaciones, para acabar, de esa forma, con todos los tormentos que Juan Q me propinaba?. Tras esa pregunta, mi conciencia guardó un hondo silencio. Y entonces lo supe. Si saber cómo lo logré, era culpable. Pero no había sido yo.

-           ¿Cómo se declara?

-           Inocente, Su Señoría.

Dark Master

La sangre rebota en los cristales
en forma de gotas gruesas,
vestida de lluvia.

Truenos y tormentos,
suspenso indómito del alma
en cada desgarro del tronar.

Locura y muerte en el mismo suspiro,
abrazo lejano de cenizas,
pesadilla a pupila abierta.

Expedición hacia los sentidos esotéricos
misterio en lo abierto del cielo

Caos y Silencio.
Las confesiones registradas,
dictan testimonio de su tensa agonía.
Fantástica imaginación perturbada

que recrea, lúgubre, su propia muerte.

Vivir con Buenos Aires

Yo vivo en una Buenas Aires que no todos conocen, y que sin embargo, a todos conoce.

Buenos Aires es una ciudad que se embellece sola, porque se abraza a la historia que le fue dando forma, y se aferra con fuerza cuando los recuerdos quieren desvanecerse. Entonces vemos algunas veces, sin entender muy bien porque, que Buenos Aires es ese crisol de épocas vivas que se apoyan sobre las baldosas de una misma vereda.

Buenos Aires es sus edificios, sus casas,  y sus cafecitos medio derruidos, que a veces comparten su atmósfera color sepia desde una ochava gris, mordida en los cordones, o en algún pasajecito o callecita no tan concurrida. Buenos Aires es también la suma de sus barrios que son tan distintos como las personas que concurren a una misma senda peatonal en el Obelisco a las 12 del mediodía de un lunes de abril. Buenos Aires es todas las personas que aunque sea solo una vez, la han caminado.

Las personas van caminando por las calles de la ciudad con paso aplomado sin saber que cada una de las pisadas de las suelas de sus zapatos provoca las vibraciones de los golpes de los bombos en las murgas de las plazas los sábados por la tarde.

Cuando los niños gritan en los patios de recreo destechados, proyectan su mirada hacia el cielo, acumulando con fuerza sus gritos  entre las nubes que tronaran con la misma fuerza de esos  gritos en los relámpagos de las tormentas fuertes que sacuden los edificios y desarman los tendederos de ropa del centro de la ciudad en verano.

Hasta el agua que circula en Buenos Aires, lo hace con la misma gracia que los bailarines de Tango que se ofrecen a los que son extranjeros en su propia tierra, en las peatonales de Florida y Lavalle. Aparece por todos lado, nace en lo plateado de nuestro río, se acumula en sus dársenas decoradas de ingeniosa arquitectura moderna, esa que no logra imponerse al paisaje tradicional de los edificios que están desde aquel siempre que antecede a nuestra propia existencia; se distribuye en sus invisibles canales, y  en cada tormenta brota hacia el asfalto empinado en las alcantarillas de un Parque de Patricios que no puede lavarse de la boca su sabor a barrio.

El espíritu de esta Ciudad lo encuentro sudor de las canchas agitadas, que se abrazan entre sus miles de espectadores cuando celebran un gol, que solo por ser un gol más en Buenos Aires, tiene esa impronta de pueblo refinado con aires de nostalgia que puede sentirse en la bruma de cada mañana, en el ruido de las puertas altas de los PH cuando se cierran y hacen rebotar sus paneles de vidrio ciego. En el olor a viejo y barrio de los que toman mate en la puerta de la casa con el sol de las cuatro de la tarde.

Quien ha llegado a Buenos Aires, quien ha nacido en esta patria chica de adoquines y de silencio de domingo a la hora de la siesta, sabe entonces lo que es estar enamorado de un lugar, de un tiempo único, de apropiarse de un XX de identidades que le dan colores a la piel, y sentimiento al alma.

Buenos Aires, es mía, es del que duerme bajo la autopista,  del que la mira del enésimo piso recoleto, y del que la lee a través de la borra de un café.


Yo vivo en una ciudad, yo vivo en esta Buenos Aires, que me define, me identifica, me represente, me llama, me modela y me emociona. Yo amo a Buenos Aires, esa donde estamos solos, y aun así, en su nostalgia nos abrazamos todos.

Vivir con Buenos Aires

Yo vivo en una Buenas Aires que no todos conocen, y que sin embargo, a todos conoce.

Buenos Aires es una ciudad que se embellece sola, porque se abraza a la historia que le fue dando forma, y se aferra con fuerza cuando los recuerdos quieren desvanecerse. Entonces vemos algunas veces, sin entender muy bien porque, que Buenos Aires es ese crisol de épocas vivas que se apoyan sobre las baldosas de una misma vereda.

Buenos Aires es sus edificios, sus casas,  y sus cafecitos medio derruidos, que a veces comparten su atmósfera color sepia desde una ochava gris, mordida en los cordones, o en algún pasajecito o callecita no tan concurrida. Buenos Aires es también la suma de sus barrios que son tan distintos como las personas que concurren a una misma senda peatonal en el Obelisco a las 12 del mediodía de un lunes de abril. Buenos Aires es todas las personas que aunque sea solo una vez, la han caminado.

Las personas van caminando por las calles de la ciudad con paso aplomado sin saber que cada una de las pisadas de las suelas de sus zapatos provoca las vibraciones de los golpes de los bombos en las murgas de las plazas los sábados por la tarde.

Cuando los niños gritan en los patios de recreo destechados, proyectan su mirada hacia el cielo, acumulando con fuerza sus gritos  entre las nubes que tronaran con la misma fuerza de esos  gritos en los relámpagos de las tormentas fuertes que sacuden los edificios y desarman los tendederos de ropa del centro de la ciudad en verano.

Hasta el agua que circula en Buenos Aires, lo hace con la misma gracia que los bailarines de Tango que se ofrecen a los que son extranjeros en su propia tierra, en las peatonales de Florida y Lavalle. Aparece por todos lado, nace en lo plateado de nuestro río, se acumula en sus dársenas decoradas de ingeniosa arquitectura moderna, esa que no logra imponerse al paisaje tradicional de los edificios que están desde aquel siempre que antecede a nuestra propia existencia; se distribuye en sus invisibles canales, y  en cada tormenta brota hacia el asfalto empinado en las alcantarillas de un Parque de Patricios que no puede lavarse de la boca su sabor a barrio.

El espíritu de esta Ciudad lo encuentro sudor de las canchas agitadas, que se abrazan entre sus miles de espectadores cuando celebran un gol, que solo por ser un gol más en Buenos Aires, tiene esa impronta de pueblo refinado con aires de nostalgia que puede sentirse en la bruma de cada mañana, en el ruido de las puertas altas de los PH cuando se cierran y hacen rebotar sus paneles de vidrio ciego. En el olor a viejo y barrio de los que toman mate en la puerta de la casa con el sol de las cuatro de la tarde.

Quien ha llegado a Buenos Aires, quien ha nacido en esta patria chica de adoquines y de silencio de domingo a la hora de la siesta, sabe entonces lo que es estar enamorado de un lugar, de un tiempo único, de apropiarse de un XX de identidades que le dan colores a la piel, y sentimiento al alma.

Buenos Aires, es mía, es del que duerme bajo la autopista,  del que la mira del enésimo piso recoleto, y del que la lee a través de la borra de un café.


Yo vivo en una ciudad, yo vivo en esta Buenos Aires, que me define, me identifica, me represente, me llama, me modela y me emociona. Yo amo a Buenos Aires, esa donde estamos solos, y aun así, en su nostalgia nos abrazamos todos.
 

Design in CSS by TemplateWorld and sponsored by SmashingMagazine
Blogger Template created by Deluxe Templates