Los caballos sonríen macabros,
están profundamente oxidados.
Las sogas anchas,
todas cortadas,
no alcanzan ni a sujetar a los recuerdos.
Los aviones suben y bajan,
sacudiendo su coraza
corriendo el riesgo de perderla
en la próxima bajada.
La música ilutrando el fondo,
suena lenta, y mal pausada.
Los ojos de cada muñeco
lejos de sus órbitas.
Infranqueable, la noche,
que observa desde su delicada belleza,
el tétrico espectáculo,
oculta bajo las faldas de su penumbra
a esta calesita despintada.
La calesita gira,
rechinando fuerte.
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