En
este asunto del amor, que a veces,
uno
quisiera
que
no acabara nunca de empezar,
parece
que alguien dice:
“¿Dios
es eternamente joven?”
Es
tanta la alegría, que uno ignora
catástrofes
y duelos.
Usted
dice que sí a toda
la
enorme y tan humana tontería.
Sólo
hay un pensamiento,
sólo
una idea sola
que
es multitud, y uno quisiera
leerlo
todo con los ojos cerrados
y
no tener noticias de uno mismo,
ni
recuerdos de nada ni de nadie;
un
ágape de luces
a
través de las horas inmortales.
Yo
había puesto
encima
de mi pecho,
un
pequeño letrero que decía:
“Cerrado
por demolición”.
Y
aquí me tiene usted pintando las paredes,
abriendo
las ventanas,
adornando
la mesa con la flor amarilla
con
que paga el otoño sus encantos.
Nadie
te dijo, amor, que yo existía.
El
amor es silvestre,
uno
lo encuentra en todas partes;
en
los días sin cielo,
en
las tierras sin flores,
lo
mismo en la mañana que en la tarde.
-CARLOS
PELLICER-