La Brújula

Se esconden los soles y las lunas, en una danza circular que atraviesa la seca, húmeda, alta y baja pampa. A la pampa extensa que no se invade a sí misma en su diversidad. Pampa húmeda de pisadas profundas y galopadas.

Yo escucho el susurro de una tierra que sangra en flores, que acuna su dolor en el sauce, que se embriaga de lluvia cuando se le agrietan los labios secos con que bendice los frutos.

Del Quinto hasta Samborombón, salado es su Río, tan solo por las lágrimas arrancadas a puro golpe de la pólvora en su rivera. Lagrimas que serena en su dolor, la Pampa recuerda entre susurros de suaves brisas y fuertes vientos. Siento el polvo que levantan las balas cuando atraviesan su sagrado manto que nos abre de tanto en tanto para regalarnos la vida.

Madre Tierra, desde aquí yo oigo tu canto. Siento caer las balas del cañón abovedando tu cuero blando,  el estruendo de fuegos que caen como agua de las manos al manantial de la historia que nos fue marcando. Porque lo que nos une es el relato de cuando nos han separado, donde confluye nuestra historia y quedamos enfrentados. En el surco fecundo germina tu llanto.

La historia practica riego del llano, con sangre de mis venas, que laten acompasadas al gemido de la Tierra que se parte de dolor. Madre mía, que tantos hermanos me has dado, aun oigo chispear la yesca de los fogones, y tronar la pólvora en la contienda,  de cuando fuiste también casa del crimen entre hermanos. Te abrazo, madre, que soportas como entonces, los embates de tus hijos, cuando te desconocen el vientre de donde han venido.

Vacía de hermandad, esta tierra se fue secando, entre nuestros ojos, dibujó las grietas que el blanco nos fue sembrando, cuando impuso edificios altos, para escoger para sí qué Sol y para el hermano, qué sombra. Y pisamos sus rostros curtidos, para fingirnos más altos.  Así dejamos al anfitrión de la casa mendigando, le borramos del rostro la mirada y la dignidad entonces, de entre nosotros mirarnos. Vuelve el hijo prodigo, con la lanza partida como trofeo de desgarrar desde el vientre al padre, al nativo, a su hermano, y arrancar del seno al niño, y de la mujer cegar sus manos. Celebran la muerte y la vida, una raza de justos varones de grandeza y patriótica unción.

La simiente feraz de América Latina, que agoniza por las discordias profundas, en el surco fecundo germina, de otro que no es un otro, sino que es uno, un exótico que de la Madre ofrece su seno amoroso. Porque la tierra es tierra, y toda una, y por ella todos 

Cianotopia de Verano

Sonrojado de presencia,
se abandona el sol a su horizonte
desmemoriando a la yesca
de su pasado verde y vital

Brasa radiante que vaga por el cielo
se lleva consigo la luz y el calor,
y nos deja solo un pequeño pedazo
de todas las cosas

Una perla reluciente se abraza al firmamento,
manto incrustado de héroes anónimos,
y contemplo, sensual, lujuriosa,
mas con santa inocencia consuelo
los secretos que a la noche se confiesan.

Da reposo al agitado,
adormece al oprimido,
opio suave y soberbio,
la luna y su belleza,
recrean un escenario surreal.

Cianotipo efímero,
fresca brisa que renueva,
noche que reverdece la llanura,

remanso de los sueños sin cumplir.

Inocencia Pactada

No debiera sorprendernos encontrarnos una noche atravesando con la mirada, las gotas de lluvia que se deslizan pausada y arrítmicamente por la ventana en un día lluvioso, con una sensación de abandono de las fuerzas en cada fibra muscular. No debiera.

No puede ser evitado. No debe culparse a nadie. Solo quien lo probó lo sabe. Pocas cosas en el mundo han de ser más inevitable que esta que les cuento.

De alguna forma os puedo contar que fue lo que sucedió, una suerte de acontecimientos cronológicamente organizados, que describen a modo de compendio  los episodios que hacen a mi historia, mas no es esa sino otra, la forma  en que yo he de contarlo  esto que me ha sucedido. La historia de una transformación horrorosa.

Originalmente sentía yo que siendo todo aquello que se supone  por  bueno, estaría mística y misteriosamente amparado de los efecto del Mal sobre mí, y tanto como de su ejercicio.  Algo así como la garantía de que no pertenecía a esa extraña subdivisión de  la raza humana donde los seres están esencialmente dotados de sentimos oscuros y  acciones pecaminosas y vertebradas en el placer.

No fue hasta entonces que en mi finamente acabada rutina diaria, las cosas empezaron a perturbarse. Por algún motivo que entonces no llegue a advertir, no podía concentrarme en mis tareas habituales, las que nunca antes me habían resultado costosas. El letargo se iba apoderando  lentamente de mi postura frente al ordenador, mi mente no lograba estimularse con ningún tipo de infusión que bebiera.

Algo había cambiado, o quizás algo estaba cambiando dentro de mí. Un día determinado, sin fenómenos climáticos que lo hicieran especial, o eventos agendados que lo hicieran más memorable que cualquier otro, experimenté la primera manifestación innegable de lo que venía sucediendo.

No fue hasta que Juan Q. cayese de la apiladora que lo mantenía elevado a la altura del tercer nivel del rack de materiales peligrosos (uno 8 metros de altura aproximadamente), y escuchase yo el sonido de su columna vertebral estallando en incontable cantidad de piezas, al interrumpir la libre caída una de las uñas de la máquina que, aún en marcha y con un conductor presa del más absoluto pánico, que pude sentir estremecerse a cada una de mis terminales nerviosas de una forma exquisitamente novedosa para mí.

Interrumpidas ya mis discontinuadas tareas, salí de la oficina, para apreciar bien de cerca el escenario que olía a pánico y a sangre fresca. De cerca, las cosas se veían muchísimo más claras, el escenario era vívidamente más intenso, los sonidos dejaban de ser sordos, y la presencia de una soledad absoluta en el depósito que hizo su eco en medio de mi pecho, logrando que mi corazón fibrilara en un dulce suspenso cargado de adrenalina. Estábamos solos, o estaban solo aun creyendo que estaban conmigo, o mejor dicho, creyendo que yo estaba con ellos.

Y estaba pero de alguna forma, me encontraba ausente. Si bien me encontraba de pie, detenido ante el mórbido escenario, mi mente no recurría a las acciones que, antes, hubiera recurrido: reportar el accidente, brindar unos precarios primeros auxilios, calmar a mi compañero en pánico, etc. Esta vez me encontraba recordando las múltiples ocasiones en que quién ahora yacía destrozado  boca abajo sobre el sucio piso del Warehouse, echando sangre por cuanto agujero tuviera a la vista, me había molestado dejándome golpeado, humillado, herido en mi precario orgullo proletario, a merced de mi quebrada voluntad. Recordé las veces que deseé que alguna fuerza supra humana tomara conocimiento de esta situación que innegablemente, tomara medidas pertinentes que resarcieran mi daño, y marcaran honda huella en mi perpetrador.

Lo pensaba con la misma fuera con que se reza una promesa. Y quien fuera que lo haya hecho, me escucho. Fue esa entonces la sensación que sentí al sentirlo destruirse la columna, el torso, el rostro y el futuro completo. Bebí un sorbo de venganza, y me dio una particular saciedad. Una que no creí posible experimentar antes.
Los hechos que se sucedieron con inmediata posterioridad, ciertamente los desconozco, o de conocerlos, no los recuerdo en absoluto. El único registro que tengo desde ese momento es el de unas filosas pulseras clavadas en mis muñecas: esposas. De allí en más, el tiempo fue una sucesión indefinida de rostros con expresión condenatoria, de llenado y firma de formularios inescrutables, de llamados, abogados, habitaciones enrejadas, con espejos, oscuras y húmedas. Y el estrado.

Desde allí intento una y otra vez, dar a conocer mi historia, y refutar las innegables teorías confabuladoras de que tuve algo que ver en el incidente de Juan. No sería capaz de consumar tales cosas. Ni tampoco sería posible que materializara mis pensamientos de venganza, o mi sentimiento de profundo odio por el operario caído, justamente, en desgracia.

El escenario me incriminaba, los testimonios acusatorios eran directos. Yo habría obstruido la máquina durante el tiempo de almuerzo de ese mismo día, y habría aguardado con sospechosa actitud el momento del accidente dentro de mi oficina, mientras comida un tupper frío tallarines con estofado del día anterior.

Solo por un momento, me detuve a pensar si esto era cierto. Yo de aquel día apenas recordaba la perturbada rutina diaria, mis tareas discontinuadas, y con exquisito detalle el accidente.

¿Acaso seria cierto que me habían escuchado? ¿Acaso concurrí a un extraño pacto oscuro, principio de todas mis transformaciones, para acabar, de esa forma, con todos los tormentos que Juan Q me propinaba?. Tras esa pregunta, mi conciencia guardó un hondo silencio. Y entonces lo supe. Si saber cómo lo logré, era culpable. Pero no había sido yo.

-           ¿Cómo se declara?

-           Inocente, Su Señoría.

Dark Master

La sangre rebota en los cristales
en forma de gotas gruesas,
vestida de lluvia.

Truenos y tormentos,
suspenso indómito del alma
en cada desgarro del tronar.

Locura y muerte en el mismo suspiro,
abrazo lejano de cenizas,
pesadilla a pupila abierta.

Expedición hacia los sentidos esotéricos
misterio en lo abierto del cielo

Caos y Silencio.
Las confesiones registradas,
dictan testimonio de su tensa agonía.
Fantástica imaginación perturbada

que recrea, lúgubre, su propia muerte.
 

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