Desde el río soplaba un viento

Desde el río soplaba un viento,
desde mi  asiento sentí su canto,
vibraban en el aire todas sus notas
mientras contaba sus noches,
y cantaba sus sueños.

Acunaba en su seno de viento ribereño,
el llanto ligero, una bruma
de lo sueños perdidos
que ha colectado
 con la bravura suave de su paso.

Se abrigaba en la danza suave,
en que se escondían los rayos del sol
que descansaba radiante, en su pleno silencio.

Y estalló el silencio,
estalló en mil pedazos,
gritando sordamente al pasar.

Viento potente,
abrazo mayúsculo
de frescura y movimiento.

Transito perenne

de todos los sueños. 

No esperare la Primavera

No quiero esperar la primavera.
No aguardare hasta que las semillas que laten
sean brotes vírgenes y puros.
Rebosantes de vida, de vida que les queda,
de vida que comienza.

No me arrullare en los brazos
de la misericordia de los recuerdos
cuando el presente no se transforma
a tiempo en pasado,
y me entrega novicia,
a los brazos de un futuro
que añorado, aguarda impaciente,
desgarrado en su ansiedad apasionada,
por desnudarme de los viejos velos
y regalarme salvaje,
a las manos aladas de la brisa del rio
cuando se desprende de su piedra madre
y se reduce de ilusión a torrente.

No aguardaré aquí sentada,
a que la vejez prematura
empolve mis palabras arrugadas de tristeza seca.
No me quedaré,
meciéndome ruda en la resistencia
frente a la ventana enrejada
de sin sentidos pasados,
de causas olvidadas,
de sentimientos acobardados,
de pasiones desaforadas,
que apenas si serán abrigo
en las tormentas de las desesperanzas profundas,
cuando una noche más profunda que el invierno,
azote con su ramas quebradas de dolor y de miedo enraizado,
las marcas que me surquen el rostro

tajado por los años que ya han muerto.
 

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