No habría querido
hacerlo. Caminaba encontrando en cada ladrillo que las casas dejaban a la vista
los rostros de profunda desaprobación y rechazo que la habían escoltado hasta
la penumbra de ese callejón. Un perro abandonado a su descanso la ilusionaba
con ser la mano que le quitaría al niño de los brazos, si apenas los creyera
impotentes.
Tras de sí, tan
inmenso como la luna cuando se refleja en los adoquines después de la tormenta,
el recuerdo de su padre la asediaba como el aura brillante que ya no poesía El
cuervo sobre la alameda, con sus ojos profundos, no evocaba la tragedia. Se posaba
allí como la señal que había estado esperando. Aquel era el sitio, allí debía estar,
la pobre madre del niño raptado por los caballeros de la Logia de Monforte de
Lemos, sabrán solo ellos con qué pérfida finalidad.
Pequeña y esclava, vestida
de dama bien, desafiaba el musgo de los adoquines con sus flacas piernas
temblorosas, la fuerza que solo la lealtad por su señora y su benjamín arrebatado,
le daban.
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